Biografía y prólogo libro sobre Enrique Aristeguieta Gramcko

 

PRÓLOGO del Libro: Enrique Aristeguieta Gramcko entrevistado por Naudy Suárez Figueroa.

 


 

José Rodríguez Iturbe

 

Hablar sobre lo vivido también es una forma de hacer historia. Enrique Aristeguieta Gramcko es un hacedor de la historia que habla de la historia. De su historia personal en el marco de la historia de su patria, Venezuela. Habla de lo vivido y del concreto marco del proceso societario en el cual sus vivencias se han dado. La vida del entrevistado ha sido larga ―don de Dios― y llena de ricas experiencias. Dotado de una memoria poco común y de una amplia cultura, Aristeguieta Gramcko responde a las preguntas de quienes le interrogan de manera grata y atrayente, ajena, además, a reduccionismos aldeanos.

 

Son estas páginas las memorias de un hijo de Puerto Cabello que siempre ha tenido a punto de honra su cariño por el lar nativo. Pero la hondura humana de su memoria tiene una dimensión universal. Se ha dicho (y bien) de la obra principal de Cervantes, cimera de la lengua castellana, que el Quijote es universal en cuanto es castellano; y que es castellano en cuanto es manchego. Con analogía de proporcionalidad impropia podría decirse que este evocar, valorativo y crítico, plasmado en estas páginas, Aristeguieta tiene una matriz universal en cuanto es profundamente venezolano; y, siendo venezolano, resulta esencialmente porteño, con todos los rasgos existenciales que da el molde de quienes tienen en la retina, desde la más tierna infancia, la extensión acuosa y el horizonte ancho del mar.

 

Si él nace y se siente vinculado a esa parcela del litoral central de nuestra tierra, familiarmente tiene también raíces centrales y orientales. Al leer su recuerdos de infancia y madurez donde aparece el Puerto, no pude menos que evocar los versos que Andrés Eloy Blanco dedica al Caribe, el mismo mar que arrulla tanto a Cumaná como a Puerto Cabello: “Como para decirlo de rodillas / que bien está que en nuestro mar me quieras/ Que bien supo nacer en sus riberas/ Que bien sabrá morir en sus orillas/ Que llano azul para sembrarle quillas/ Que historia de vigilias costaneras/ Que mar de ayer para inventar banderas/ coloradas, azules y amarillas”. El Caribe imprime carácter. Y siempre hay algo de marinero en quien nace en sus costas. Y de nuevo Andrés Eloy: “Que es Dios quien fija el rumbo y da el destino / Y el marino no es sino la expresión de un anhelo/ Pues para andar sobre el azul marino/ hay que mirar hacia el azul del Cielo”. La hondura humana que trasmiten estas páginas es inescindible del afecto salobre del carácter costeño.

 

Enrique Aristeguieta Gramcko es un hombre de abolengo. Descendiente de los Xerez de Aristeguieta, de la más alta aristocracia colonial, emparentado con el patriciado republicano, tiene, además, cercanos nexos de sangre con los Aristeguieta de la lucha anti-gomecista (Pedro Elías Aristeguieta) y del renacimiento de la vida militar venezolana de academia (los Aristeguieta Badaracco, de las primeras promociones de la Escuela Militar de comienzos del siglo XX). Los Gramcko de su rama materna son alemanes originarios de la Liga Hanseática. Aunque de raíz luterana, ya su madre era católica. Le he oído contar como en una ocasión entró en Hamburgo en una fría iglesia luterana a escuchar un concierto de órgano de música de Bach, sin dejar de pensar que quizá allí mismo habría ido a rezar alguno de sus no tan remotos parientes protestantes. Como la sangre manda, al igual que su hermano Adolfo, siempre ha tenido un gran amor por Alemania y lo germánico. Cuando con Helmuth Kohl se logró la reunificación de las dos Alemanias de la posguerra (RFA y RDA), en cuanto pudo alquiló un modesto vehículo y se fue a recorrer los Länder de la antigua RDA que no conocía.

 

Hasta en la mezcla de sangre Enrique Aristeguieta es una excelente manifestación de nuestra criollidad y de ese rasgo de apertura a las migraciones que distingue a la venezolanidad y la hace huir como de la peste de ese falso nacionalismo que es el chauvinismo, que se encierra en una baja autoestima y lamenta reconocer cualquier mérito ajeno como si fuera agravio de lo propio. Porque patriotismo no es nacionalismo. El patriotismo es virtud. El nacionalismo es fanatismo enquistante y empequeñecedor. En estas páginas habla un patriota. Y sus palabras son la clara manifestación del patriotismo, sin el lastre de ese nacionalismo que en el agudo decir británico de Johnson constituye el último refugio de los pícaros.

 

Enrique Aristeguieta Gramcko tiene sentido de la historia porque conoce la historia. La venezolana y la universal, sobre todo la del llamado Mundo de Occidente. Por eso sus juicios sobre situaciones y personas son equilibrados y surgen como consecuencia de una madura consideración de los protagonistas y las circunstancias. Sin embargo, Aristeguieta es de la llamada tradición oral. Le cuesta escribir. Prefiere hablar. Por eso, es de agradecer a Naudy Suárez y a Silvia Schanely de Suárez, y a su hija María Alejandra Aristeguieta de Álvarez el esfuerzo que han realizado para captar y ordenar, para disfrute de todos, según temas y tiempos, los recuerdos y apreciaciones del Aristeguieta entrevistado.

 

En ese largo diálogo que ahora se imprime aparece la visión retrospectiva de sucesos de una existencia repleta de acontecimientos que trascienden, en su importancia, la propia vida del entrevistado porque destacan el proceso del pueblo venezolano. No es solamente un relato sobre el ayer. En estas páginas hay también una lección que es siembra de mañana. Cualquier joven lector podrá encontrar, en la vida limpia de Enrique Aristeguieta, en su sencillez, y hasta en su ironía, un ejemplo de cómo la política puede y debe vivirse con afán de servicio, sin ceder a los falsos halagos que rebajan la dignidad personal y facilitan o cohonestan la corrupción, derivada de pretender usar lo público en beneficio particular. Porque Enrique Aristeguieta ha sido toda su vida, para decirlo con palabras de Pedro del Corral, un militante en pro del bien común.

 

Estas páginas de entrevista y de recuerdos, de juicios y opiniones, de consideraciones que enseñan y mueven a la reflexión sobre nuestro proceso de pueblo, ponen de relieve aquello que Heidegger llamaba el éxtasis del tiempo (pasado, presente, futuro). Se encuentra en ellas material para aliento de la historia académica; y, sobre todo, para mostrar que quien quiera ser y hacer política práctica debe conocer la historia. Sobre todo, conocer la historia del propio pueblo al que se pertenece y al cual se desea servir.

 

Si la política práctica es siempre discusión sobre el futuro, la seria discusión sobre ese futuro, que siempre será arcilla para ser moldeada por las nuevas generaciones, se nutre de principios y valores que deben encarnar en cada tiempo en los protagonistas de la hora. Las lecciones que Enrique Aristeguieta Gramcko deja en este largo y variado diálogo son muchas.

 

Vaya, pues esta edición de un diálogo que recoge algo de sus memorias como merecido reconocimiento a los méritos personales y políticos del amigo a quien muchos agradecemos las abundantes y ricas enseñanzas de una larga amistad.

 

José Rodríguez Iturbe

Bogotá, 31 diciembre 2024.



Biografía Enrique Aristeguieta Gramcko

 


ENRIQUE ARISTEGUIETA GRAMCKO, EL ÚLTIMO SOBREVIVIENTE DE LA JUNTA PATRIÓTICA DE VENEZUELA (1957 – 1958)


                                            


Naudy Suárez Figueroa 


 

La reintroducción de la educación religiosa en Venezuela, por obra de la política de puertas abiertas a la misma puesta en práctica por la dictadura de Juan Vicente Gómez a partir de la década de 1910, hizo posible la fundación de colegios de educación privada que, de manera indirecta, contribuirán a la larga a la difusión en el país de la doctrina política de tendencia social-cristiana.

 

Fue ese el caso principal de los que estarían a cargo de las órdenes religiosas denominadas Salesiana, de Hermanos de las Escuelas Cristianas o de La Salle y Jesuitas.

 

De esa manera se hizo posible que Enrique Aristeguieta Gramcko, nacido en Puerto Cabello el 7 de mayo de 1933, pudiera cursar educación primaria en el instituto allí fundado en 1925 y, mudado a Caracas, la secundaria, en el colegio de la misma congregación religiosa (La Salle) instalado en la capital de la República.

 

El triunfo en el país de la llamada Revolución de Octubre de 1945 y el subsiguiente violento reemplazo del Presidente de la República general Isaías Medina Angarita por una Junta de Gobierno cívico-militar, a cuya cabeza figuraba el líder del partido Acción Democrática Rómulo Betancourt, implicó un vuelco en cuya virtud Venezuela conoció importantes cambios -el más importante de ellos, la instauración en lo político del voto universal, directo y secreto-. Y en el campo educativo, la promulgación el 21 de mayo de 1946, de un decreto que echaba las bases para el intento de instauración en el país, por la época, del llamado Estado docente, caracterizado por un decisivo control de la instrucción por parte del poder público.

 

La oposición despertada por dicha iniciativa en el seno del sector religioso de la educación privada catapultará la aparición de una fuerza política de tendencia social-cristiana denominada C.O.P.E.I., a la cual se adhiere  un importante sector de jóvenes alumnos del sector católico de la educación, y fue  en esa circunstancia cuando Enrique Aristeguieta Gramcko, con apenas 13 años de edad, experimentará su primer contacto con la política, al participar en las manifestaciones de calle organizadas contra el aludido decreto 321, y llegar a formar parte de las barras que, en el Congreso Nacional, animaban los debates destinados a discutir la nueva legislación del gobierno revolucionario y, en particular, la concerniente a la educación.

 

El llamado “trienio revolucionario”, encabezado por Betancourt, fue sustituido, sin embargo, el 24 de noviembre de 1948 por un triunvirato exclusivamente militar integrado por los tenientes coroneles Carlos Delgado Chalbaud, como Presidente, Marcos Pérez Jiménez y Luis Felipe Llovera Páez, al que tocó derogar algunas de las iniciativas legislativas del “trienio”: para comenzar, las relativas a la educación.

 

Entre 1948 y 1957, al tiempo que Enrique Aristeguieta terminaba su bachillerato e ingresaba en la universidad, se escalonan el asesinato de Delgado Chalbaud, el 24 de noviembre de 1950, la sustitución por un nuevo triunvirato de gobierno presidido esta vez  por un civil,  el abogado Germán Suárez Flamerich (1950 – 1952) y las elecciones fraudulentas para diputados a la Asamblea Nacional Constituyente del 30 de noviembre de 1952, terminadas por la imposición de Pérez Jiménez como Presidente de Venezuela para el período 1953 - 1957. Un denominado Nuevo Ideal Nacional proclamado como   leitmotiv de acción, hará de las obras públicas el punto fuerte de gestión gubernamental,  y la represión de toda expresión partidista disidente una práctica permanente.

 

En esas condiciones, el vencimiento en 1957 del período presidencial estipulado por la Constitución de 1953 y la negativa del gobierno a celebrar unas elecciones democráticas  y suplantarlas por un plebiscito en el cual se votaría por la continuación o no de Pérez Jiménez en el poder, condujeron a cuatro militantes de los partidos políticos adversarios del poder, privados del derecho a toda forma de actividad, a organizar, a mediados de 1957 una Junta Patriótica clandestina  opositora, compuesta por representantes de los partidos Unión Republicana Democrática, Acción Democrática, Partido Social-Cristiano COPEI y Partido Comunista de Venezuela.

 

Al entonces estudiante universitario de derecho Enrique Aristeguieta Gramcko tocó ser en ella el representante por COPEI y, en tal condición, participar en la organización de la huelga universitaria caraqueña del 14 de noviembre de 1957 y en  la promoción de diversas actividades de protesta contra la dictadura que se prolongarán hasta comienzos del siguiente año.

 

Aunque una rebelión militar  contra la dictadura  de Pérez Jiménez ejecutada el 1º de enero de 1958 no tuvo éxito, sí lo tuvo  la agitación callejera azuzada por Enrique Aristeguieta y el resto de los miembros de la Junta Patriótica en los días subsiguientes, de modo que el 23 de enero de 1958,  una nueva sublevación militar, esta vez con apoyo popular,  desembocó en el  derrocamiento de la dictadura  y su sustitución por una junta militar – civil de gobierno, que hizo posible el regreso de los exilados y el restablecimiento de la actividad de los partidos políticos de oposición y de los sindicatos obreros.

 

Los días que siguieron al 23 de enero de 1958 entrañaron para Venezuela la contemplación de una afiebrada actividad política,  en la cual el papel representado por la Junta Patriótica fue notable en lo atinente a la prédica de la unidad entre los diversos cuerpos políticos y sociales del país, para empezar los partidos políticos, que desembocaría  en la gestación de los acuerdos  conocidos  como el Pacto de Puntofijo del 31 de octubre de 1958 y  la Declaración de Principios y Programa Mínimo de Gobierno de los Candidatos Presidenciales, firmada el 6 de diciembre del mismo año.

 

Ese mismo año, Aristeguieta -sin dejar de ser miembro de la Junta Patriótica, que sobrevivirá hasta 1959- obtendrá el título universitario de abogado y luego el de diputado en las elecciones presidenciales y parlamentarias del 7 de diciembre de 1958, que dieron el triunfo a Rómulo Betancourt, candidato de A.D. por sobre Jóvito Villalba, que lo era de U.R.D., y Rafael Caldera, del C.O.P.E.I.

 

El quinquenio presidencial a cuya cabeza figuró Betancourt contempló el ejercicio del poder por un gobierno de coalición partidista ya preanunciado en el Pacto de Puntofijo, y durante el cual Aristeguieta Gramcko desempeñó sucesivamente cargos como representante diplomático en Roma, bajo cuya responsabilidad corrió lo relativo a la inmigración italiana a Venezuela,   Secretario del Senado, Secretario de Gobierno del Estado Nueva Esparta y diputado al Congreso Nacional. Vale la pena señalar que Aristeguieta, con anterioridad a lo últimamente escrito, había cumplido un cierto papel en el aplastamiento de la sublevación armada de inspiración castrista llevada a cabo en la base naval de Puerto Cabello, en junio de 1962, protagonizada por militantes de los Partidos Comunista y Movimiento de Izquierda Revolucionaria.

 

Bajo el gobierno de Raúl Leoni (1964 – 1969), Aristeguieta ejerció como abogado hasta pasar a formar parte de la Comisión Investigadora contra el Enriquecimiento Ilícito (CIEI), cargo que prosiguió desempeñando durante el período presidencial de Rafael Caldera cumplido durante el quinquenio 1969 - 1974 y participa como alumno en el segundo curso del recientemente fundado Instituto de Altos Estudios de la Defensa Nacional (IAEDEN), para el cual redacta un trabajo relativo al federalismo en Venezuela.

 

Durante el subsiguiente gobierno de Carlos Andrés Pérez (1974 - 1978), mientras hacía estudios de postgrado en la Universidad Complutense de Madrid (España) y luego de doctorado en Derecho en la Universidad de Carabobo (Venezuela), se desempeñó como diplomático en Londres.

 

Posteriormente, durante el gobierno de Luis Herrera Campíns (1979 – 1984) actuó, primero, como Vice-Ministro de Relaciones Interiores y después, como embajador itinerante para el Caribe. Tocó, además a Aristeguieta, durante este período, participar, como representante por el gobierno de Venezuela,  en las negociaciones de paz en Centroamérica que tuvieron como escenario  la isla panameña de Contadora.

 

Entre 1984 y 1989, siendo Presidente el doctor Jaime Lusinchi, actuó Aristeguieta como Director de Registro del Consejo Supremo Electoral, cargo prolongado bajo el segundo período de gobierno (1989 - 1993) de Carlos Andrés Pérez, cuando a lo dicho se añade que -como parte de la política proseguida por el nombrado Presidente- contribuyó al éxito del  proceso de transición democrática de Nicaragua, allí desembocado en unas  elecciones reconocidamente libres.

 

Luego de años de servicio público pasó a retiro durante el segundo período del Presidente Caldera (1994-1999), pero siguió activo en la política a través del partido C.O.P.E.I., Twitter, y O.D.C.A.

 

El cambio de gobierno escenificado en nuestro país a raíz de las elecciones de 1998, que elevó a la Presidencia de la República al Teniente Coronel Hugo Chávez Frías, colocó a Aristeguieta en una línea de vigorosa oposición al mismo, prolongada cuando, muerto Chávez, fue sucedido provisionalmente en el año 2013 por Nicolás Maduro, quien, a su turno, fue ratificado en dicho cargo por unas controvertidas elecciones nacionales de cuestionada limpieza celebradas al año siguiente. Mientras tanto, Aristeguieta probó fundar, con poco éxito, un efímero movimiento político de oposición, denominado la Gran Alianza Nacional con Venezuela (GANA).

 

Expresiones de Aristeguieta que ponían en entredicho la condición legal venezolana del Presidente Maduro, condujeron a la larga a que, en la madrugada del  2 de febrero de 2018, su hogar personal en Caracas sufriera un asalto  por parte  del llamado Servicio Bolivariano de Inteligencia Nacional (SEBIN), y consiguiente reclusión, a los 84 años de edad, en la infamada cárcel caraqueña llamada del Helicoide, acusado  de incitación a la violencia a través de las redes sociales ¡y por haber contribuido a realizar la huelga general de enero de 1958 contra Pérez Jiménez!

 

Tales incriminaciones habrían sido puestas de lado a raíz de alegadas “órdenes superiores”, cuando en realidad habrían estado de por medio el vigoroso apoyo general manifestado en la ocasión por buena parte de la opinión pública nacional e internacional.

 

Quedaría por decir que, desde 2023 hasta hoy, Enrique Aristeguieta Gramcko reside, en una renuente condición de autoexilado, en los Estados Unidos.




Historia DC Venezuela - JRC

 


Una juventud para el cambio




                                                               Luis Barragán

                                                                     

                                A Julio César Moreno León, in memoriam

 

Apenas, comenzábamos a cursar la primaria en la Venezuela que hizo muchísimo con el petróleo promediado en US $ 1,80 el barril, cuando concluyó, el 31 de octubre de 1965, en Caracas, la IV Convención Nacional de la Juventud Revolucionaria Copeyana (JRC). Lejos de todo afán proselitista, corriendo ya otras aguas por debajo de puentes muy distintos, nos inspira únicamente un interés histórico: el evento partidista tuvo una extraordinaria e inusitada trascendencia que convirtió al organismo funcional no sólo en la columna vertebral del partido desde la particularísima y arriesgada década de los sesenta, sino que definitivamente legitimó, reivindicó y jerarquizó a las juventudes política y socialmente más allá de las aulas.

Por entonces, la Guerra Fría igualmente llegaba a las inmediaciones del satélite lunar, extenuaba el proceso de descolonización africana que antes había mostrado mejores ímpetus, tropas estadounidenses invadían a República Dominicana, o, entre nosotros, se veía por vez primera en la televisión local a Los Beatles.  Edecio La Riva Araujo y Rodolfo José Cárdenas protagonizaban una pública y dura polémica incluso perteneciendo a la misma entidad partidista, mientras que el también parlamentario – aunque independiente – Alfredo Tarre Murzi, denunciaba la existencia de una seria conspiración de derecha. Importado desde la temeraria dictadura cubana que había colocado al planeta en las fauces de una conflagración nuclear, el guerrillerismo había sido derrotado política y militarmente, y recién implementaban la línea táctica de “Paz Democrática” que aprobó el VII pleno del comité central del Partido Comunista de Venezuela tras su X congreso.

 

UNA JUVENTUD ESENCIAL

La JRC empinaba su presencia cada vez más en la escena pública, gracias a las distintas condiciones en el orden teórico, social, partidista, mediático y místico que conjugó en medio del combate cívico. Los socialcristianos muchas veces superaban con creces a una disciplinada Juventud Comunista (JC) arrastrada por la insurrección armada; Acción Democrática (AD) había quedado mutilada al conformar sus cuadros más brillantes el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR), de un historial crecientemente decadente, asimismo diluida lastimosamente Vanguardia Juvenil Urredista.





El compromiso jotarrecista de entonces, tradujo el formidable impacto generado por autores de inspiración cristiana (Maritain, Sturzo, La Pira, Mounier, Lepp, Lacroix, Lebret, entre otros), al igual que los planteamientos esgrimidos principalmente hacia el sur del continente por partidos afines, en torno a una vía no capitalista al desarrollo; valga acotar, el Concilio Vaticano II concluirá mes y días después. La IV Convención de la JRC bien recoge el debate ideológico en curso, a través del documento denominado “JRC: una juventud para el cambio”, finalmente aprobado, presentado por los “avanzados” sin que tengamos evidencia del contenido y destino de otro documento, de los “astronautas”, de largo título: “Materiales para una discusión que concluya en el trazamiento de una política correcta para la JRC”. Será en la V Convención de 1968 que los “araguatos” presenten un documento de características semejantes al de sus adversarios.

Los jóvenes socialcristianos contaron con una sólida presencia y representación social que les garantizaba una mayor independencia e influencia política, pues, en numerosos liceos y universidades ganaban los comicios estudiantiles, por ejemplo, forzando la unión de la JC y el MIR para impedir el triunfo de la JRC en la Universidad Central de Venezuela; además, trataban de abrir camino propio entre los trabajadores. Esa presencia e influencia ejerció un peso importante respaldando al puntofijismo que sobrevivió exitosamente a la violencia desatada de izquierda y derecha asombrosamente compaginadas.

La JRC actuó en un partido organizado, disciplinado y de vocación histórica que expuso un alto nivel de institucionalidad y democracia interna, celebrando regularmente sus elecciones, conformando y regulando las instancias de conducción capaces de deliberar y de decidir colegiadamente en el campo de sus competencias, con todos los errores, fallas e incomprensiones que pueden alegarse.  La juventud aportó, al liderazgo del partido, nombres como el de Hilarión Cardozo, así como una intensa experiencia compartida llena de debates ideológicos, que, demostrando madurez y perfiles novedosos, interiormente generó sendos grupos como los “araguatos”, junto a los ya mencionados “avanzados” y “astronautas”. En próximas notas trataremos las características esenciales de las tres grandes tendencias de la juventud socialcristiana.

Estupenda fuente de noticias, atrajo la atención de los periodistas especializados y, en no pocos casos, el conocimiento y trato personal de la dirigencia jotarrecista.

Tratamos de factores y condiciones que propulsaron a la JRC, la hicieron un elemento vital del partido y un referente ineludible en el movimiento estudiantil en defensa de la libertad y de la democracia. Y no era de extrañar el surgimiento de un poderoso sentido místico que supo manifestar Régulo Arias Moreno al darle letra a un espléndido himno de mil jornadas: “Juventud victoriosa”.

DEMOCRACIA Y VITALIDAD INTERNA

Inevitable el crecimiento cuantitativo y cualitativo de la JRC, se hizo un organismo igualmente complejo como el partido, aparecidas las mencionadas tendencias en una pugna que agudizaba los contrastes y las tonalidades reales y aparentes, interesadas o no, respecto a lo ideológico y en relación a las autoridades partidistas adultas. El día de ya citada IV Convención, Caldera se apersonó y, naturalmente, habló a los convencionistas en defensa del ideario demócrata-cristiano, haciendo precisiones, formulando consejos, con mucho aplomo y paciencia y cuidadosa severidad.

“JRC: una juventud para el cambio”, mecanografiado a varias manos,  analizó la situación política del país señalando la crisis de la democracia liberal burguesa,    clamó por un cambio social inmediato, reivindicó la revolución personalista y comunitaria, denunciando la democracia formal, con propuestas – por entonces – muy osadas, como la de nacionalizar la industria petrolera y otras del sector energético, la reforma del Congreso Nacional y la eliminación de las Asambleas Legislativas, una audaz reforma agraria o la modificación de nuestra división político-territorial. Y, obviamente, propuestas de acción administrativa, las relaciones internacionales, la política laboral, y el relacionamiento con el partido.  El documento fue propuesto por los “avanzados”: Abdón Vivas Terán; Rubén Darío González, Julio César Pineda y Adel Muhammad, miembros del directorio nacional previo; José Ramón Solano, secretario nacional de Formación; Carlos Julio González, secretario nacional de Organización; Julio César Moreno, secretario nacional de Educación Media, y Rafael Domínguez Daly, secretario nacional adjunto de Educación Media.

Pactaron los “avanzados” y “astronautas”, frente a los “araguatos”, y de la votación nominal y secreta de 169 de los 172 delegados principales, la dirección nacional juvenil quedó integrada por: Abdón Vivas Terán (secretario general) y Rubén Darío González (subsecretario general), con 82 votos favorables, y un directorio “araguato” representado por Rafael Peña, Alfredo Rojas, Erick Becker, José González Puerta, Germán López Méndez, Carlos Rivas, Rafael Blanchard, Pedro Nikken, y empatados en la novena vocalía Joaquín Marta Sosa y Guillermo Betancourt. La “avanzada” propuso originalmente, además, a Adel Muhammad, José Ramón Solano, Milton Granados, Carlos Julio González, Julio César Pineda, Julio César Moreno, Gema Belandia, Rafael Domínguez Daly y Oliver Belisario; los “araguatos” postularon a Álvaro Páez Pumar (secretario general) y a Oswaldo Álvarez Paz (subsecretario general), quienes obtuvieron 80 votos, y los “astronautas” nominaron originalmente a Joaquín Marta Sosa (secretario general) y Saúl Rivas (subsecretario general), con Rafael Iribarren, Germán Ahrensburg, José Vitale, Gustavo Escobar, Pedro L. Castellanos, Antonio Barroeta, Ibrahím Sánchez, Alejandro Alfonzo y Rubén Colina.

De acuerdo a los datos reportados por Néstor Mora para El Nacional del 2 de noviembre de 1965, las fuerzas estuvieron equilibradas; además, el informe del secretario juvenil saliente, Páez-Pumar, no fue aprobado. El resultado fue paradójico, al hacerse relativa la victoria de Vivas Terán y González (acotemos, líder laboral), frente a un directorio que le era adverso.

ALGO MÁS QUE LA REMINISCENCIA

Una aproximación histórica y sociológica, nos permite inferir la novedad de un acto institucional que influyó por varias décadas al partido que fue COPEI, y permite también deducir las diferencias entre la presente época en relación a otras más remotas en torno a las juventudes políticamente organizadas y los partidos realmente existentes, la correspondiente política pública, las subculturas juveniles del momento.

Ir más allá de la reminiscencia, nos fuerza previamente a vivenciarla y a cruzar sus umbrales. Y, por ello, apelamos a los versos de don Fernando Paz Castillo, como una llave para abrir la puerta del recorrido faltante:

Un día ya no seremos todos …

Acaso bajo los árboles apacibles de una plaza

de pueblo bañada por el sol,

que se ha quedado dormido entre las ramas,

mientras los jóvenes de entonces se diviertan,

confidencialmente, casi sin decir palabras,

recordaremos nuestras vidas,                                    

como quien recuerda por una nota, una estrofa olvidada”.




Julio César Moreno, In Memoriam


 



                            Gehard Cartay Ramírez: Julio César Moreno, In Memoriam



Con el deceso de nuestro viejo amigo y compañero de ideales Julio César Moreno se marcha un consecuente y recio luchador, integrado tempranamente al combate político a la caída de la dictadura pérezjimenista, por lo que puede decirse que formó parte de la llamada generación de 1958.


En esa oportunidad, Moreno era apenas un novato líder liceísta, pero ya daba muestras de su compromiso político y de su pasión venezolanista. Al incorporarse entonces al Partido Social Cristiano Copei ingresó, al mismo tiempo, a una escuela que a él y a miles de jóvenes nos enseñó el valor de la confrontación democrática y el debido respeto por las ideas ajenas, la primacía del diálogo con los contendores y el sentido exacto de que la lucha política no es una guerra de exterminio, sino una competencia donde se gana y se pierde, por lo que el triunfador siempre está obligado a respetar al vencido y a valorarlo como alguien necesario. Eran, desde luego, otros tiempos.


Pero eran también tiempos difíciles para la militancia demócrata cristiana, especialmente para sus jóvenes. Los violentos embates de la extrema izquierda -integrada por el Movimiento de Izquierda Revolucionaria y el Partido Comunista de Venezuela- contra el gobierno constitucional del presidente Rómulo Betancourt entre 1959 y 1964, apoyado lealmente por Rafael Caldera y Copei, fueron indudablemente una dura prueba de fuego para la juventud socialcristiana. Lo que estaba en juego era la continuación del ensayo democrático venezolano o la implantación del modelo castrocomunista cubano, nada más y nada menos.


La lucha estuvo planteada entonces en el campo ideológico, ya que eran dos cosmovisiones y dos planteamientos doctrinarios los que se confrontaban, tanto en el campo de las ideas como en el terreno de los hechos, pues el combate se libraría en algunas ocasiones en las calles y en los liceos y universidades.


En medio del fragor de aquella lucha, Julio César Moreno fue escalando todas las posiciones a las que su conducta y trabajo lo hacían merecedor. Años después, en 1970, cuando el clima político y las luchas juveniles amainaron un poco, resultó elegido secretario general nacional de la Juventud Revolucionaria Copeyana (JRC), encabezando un directorio nacional del cual formé parte entonces.


Más tarde, en 1976, ingresaría al Comité Nacional del Partido durante varios años. En 1979, al resultar electo Luis Herrera Campíns como presidente de la República, Moreno sería designado viceministro de la Juventud, donde desarrolló una labor eficiente y honesta, como correspondía a un dirigente que había estado vinculado a las luchas juveniles y sus aspiraciones.


En 1984 fue electo diputado al Congreso en representación de su natal Trujillo, siendo luego reelegido durante varios períodos. Comenzó entonces una carrera parlamentaria exitosa. Entre 1984 y 1988 fue presidente de la recién creada Comisión de Medios de Comunicación Social del Congreso, donde también lo acompañé como vicepresidente. Aquella fue una época en la cual la libertad de prensa estuvo varias veces amenazada y tuvimos que librar un arduo combate a su favor desde el parlamento nacional.


Durante el segundo gobierno del presidente Caldera, cuya candidatura apoyó entonces, fue designado embajador de Venezuela en Chile y más tarde en Guatemala. Desde tales posiciones, Julio César Moreno nos representó cabalmente y también mantuvo contactos con personalidades importantes de ambos países, algunos de los cuales ya conocía por su actividad internacional como dirigente demócrata cristiano.


En los últimos años, Moreno se dedicó a la investigación y el estudio de la historia política contemporánea de Venezuela, así como a escribir algunos ensayos y artículos de opinión sobre la materia. Igualmente fundó y dirigió la revista digital “Encuentro Humanista”, junto a Macky Arenas y Marcos Villasmil, dedicada al análisis y el debate de temas filosóficos, ideológicos, históricos y políticos.


Fue, pues, un político de pensamiento y acción, pero, por encima de todo, fue un buen amigo, un leal compañero y un hombre preocupado por el destino de su país, a quien recordaremos siempre por sus virtudes y valores como dirigente del humanismo cristiano.


Vayan nuestras más sentidas condolencias a su esposa Maru y a sus hijos, nietos, hermanos, demás familiares y amigos.


¡Hasta siempre, querido amigo y compañero!




Historia DC Venezuela - Pedro del Corral


 





Ficha de la Seguridad Nacional de Pedro del Corral

 

Hubo una época en la que se quiso ver maliciosamente a los socialcristianos como aliados naturales de la dictadura perezjimenista.

Entre varios de los motivos, es fácil conjeturar que la deserción de varios miembros de COPEI, finalmente integrados a la fraudulenta asamblea constituyente de 1953, confundió por instantes a la opinión pública a pesar del claro y contundente rechazo del partido expresado por Rafael Caldera, o que, por una suerte de competencia desleal, los adversarios del partido quisieron generar un matriz de opinión desfavorable a COPEI al reiniciarse la experiencia democrática en Venezuela.

Hubo persecuciones, carcelazos y exilios de la dirigencia copeyana durante la dictadura y, caída ésta, los archivos de la Seguridad Nacional demostraron lo lejos que llegó el seguimiento de los líderes copeyanos.

Por ejemplo, don Pedro del Corral y su fichaje en la policía política lo demuestra: la gráfica de escasa nitidez, como es lógico al tratarse de una publicación de la prensa de hace muchas décadas, corrobora que el presidente del partido demócrata-cristiano no era precisamente un personaje querido por el gobierno de fuerza, tenía su ficha con sus datos en la tenebrosa policía política de la dictadura.

Por cierto, los archivos de la Seguridad Nacional fueron objeto de un intenso debate público, porque comenzaron a incinerarse hasta que Edgard Sanabria, presidente de la Junta de Gobierno, lo prohibió en noviembre de 1958. Afortunadamente, el expediente de don Pedro sobrevivió a las llamas.


Biografía Lorenzo Fernández

 

En noviembre-diciembre de 1947. Acto de campaña electoral. Habla Lorenzo Fernández (tomado de la página web rafaelcaldera.com)



LORENZO FERNÁNDEZ:

EL ARTÍFICE DE LA PACIFICACIÓN 

 

Rafael Caldera

 

 

Bien difícil es para mí delinear en sólo tres cuartillas la personalidad y la obra de Lorenzo Fernández. Lorenzo y yo fuimos hermanos. Una hermandad iniciada en la Unión Nacional Estudiantil y fiel hasta la muerte. Si alguien hizo carne de realidad la afirmación que pronuncié en la Velada del primer aniversario de la UNE ("UNE es un compromiso para toda la vida") fue, precisamente, él. Anduvimos juntos por el camino de la acción, juntos enfrentamos los peligros, festejamos juntos la victoria, asumimos juntos la responsabilidad de dar cumplimiento a nuestras promesas y propósitos y saboreamos juntos también el duro pan de la derrota. 

 

Nació el 8 de enero de 1918. Era casi dos años menor que yo. Al fundarse la Unión Nacional Estudiantil, desgajada a su pesar de la Federación de Estudiantes, yo acababa de cumplir 20 años y él tenía apenas 18. Egresado yo del San Ignacio, alumno él de La Salle, no hubo la más ligera sombra o diferencia entre nosotros. Ni él ni los demás discípulos de los Hermanos Cristianos tuvieron un asomo siquiera de rivalidad o discrepancia con quienes habíamos sido discípulos de los Jesuitas, que en ese entonces estaban en el tapete de la controversia política, quizás por reflejo de la tensión político-religiosa que irradiaba de la República Española. 

 

Nos unió inicialmente el deber de defender los fueros de la educación privada. Fortaleció nuestra unión el deseo ferviente de servir a la patria. La fábula de una supuesta contraposición entre lasallistas e ignacianos la inventaron después los novelistas de algunos medios de comunicación social: en el triunvirato que dirigía la UNE y que denominábamos Núcleo Directivo, participamos estudiantes de los colegios de jesuitas, de hermanos cristianos y de padres salesianos, sin que faltaran de otros colegios, religiosos o laicos, entre ellos el instituto público de mayor jerarquía en el país, a saber, el Liceo Andrés Bello. 

 

Lorenzo sobresalió por su inteligencia, por su entereza, por su adhesión al ideal. Tenía un fino sentido político, pero nunca lo hizo sacrificar los principios. En la Universidad fue estudiante sobresaliente, ayudante de Cátedra y delegado estudiantil. En UNE fue miembro del triunvirato, vale decir, del Núcleo Directivo Nacional. Fue asiduo colaborador del semanario. Participó en los diversos intentos de organización política que precedieron a COPEI (Acción Electoral, Movimiento de Acción Nacionalista, Acción Nacional). Militando en "Acción Electoral" fue electo popularmente concejal por la Parroquia La Vega. Su recta actitud en la Municipalidad de Caracas hizo imposible nuestro entendimiento con la fracción gubernamental en el momento de elegir Diputados: se nos puso en la disyuntiva de sustituirlo por otro candidato, más agradable a los despachos oficiales, o correr el riesgo de perder la elección si nos manteníamos irreductibles. Entendimos la cuestión no solamente como de decoro, sino de supervivencia: no podíamos colocarnos en posición de apéndice sumiso de la voluntad oficial. En las elecciones para Diputados de enero de 1945, en el seno del Concejo, pactamos con A.D. Perdimos: los dos principales candidatos derrotados fueron Rómulo Betancourt y Lorenzo Fernández. 

 

En las elecciones directas de 1946, por voto universal, salió Representante por el Distrito Federal a la Asamblea Nacional Constituyente y en 1947 repitió como Diputado al Congreso. Compartimos día tras día la agobiadora lucha parlamentaria, como también la de la calle para fundar y fortalecer el Partido. Fundó varias seccionales regionales. Él fue, por cierto, el encargado de dar los pasos necesarios con las bases de Unión Federal Republicana en Mérida para que aquel grupo regional se convirtiera definitivamente en COPEI. Y lo hizo en forma decisiva. 

 

El 23 de enero de 1958 estaba preso. Se había comprometido con el movimiento que dentro del campo militar representó Hugo Trejo; mi prisión le había dado el aliento final para decidirse a participar en la acción insurreccional. Después de la liberación, jugó un papel importante en el acontecer agitado de ese tiempo. Miembro del Consejo Supremo Electoral, desempeñó allí una notable labor. Fue uno de los redactores del "Pacto de Puntofijo". 

 

Al constituirse el Gobierno de Coalición, el presidente Betancourt me dijo: "Deseo que vaya Lorenzo al Gabinete. Sé que no será incondicional, pero su opinión y su labor tendrán gran utilidad para el Gobierno". Como ministro de Fomento (1959-1962) fue el promotor decidido de la Industrialización. Como ministro de Relaciones Interiores (1969-1972) en el Gobierno que yo presidí, fue el artífice de la Pacificación. Industrialización y Pacificación bastarían para consagrar su nombre como un ejecutivo excepcional. 

 

En el Gobierno como en la Oposición dio ejemplo de honestidad, de sinceridad, de eficiencia. Tuvo una destacada actuación en el Senado. En la actividad privada, al frente de una empresa familiar que partiendo de la nada habían creado su cuñado y su hermana, se reveló como excelente administrador y supo dar un extraordinario rendimiento. Como padre de familia era ejemplar. Su austeridad no lo llevaba, sin embargo, a una severidad regañona ni a una seriedad adusta: sabía usar del buen humor constantemente. Tenía una sensibilidad especial para tratar a los demás. 

 

Creyente convencido, su religiosidad constituyó rasgo definitorio de su vida. Defensor de su credo y de la Iglesia, tuvo entre sus mayores satisfacciones la de haber participado activamente en la solución del secular diferendo entre la autoridad civil y la eclesiástica. Su muerte fue como aquellas que relata el Antiguo Testamento, de patriarcas que se preparaban para el viaje final rodeados de sus descendientes, a quienes daban el precioso regalo de su consejo y de su ejemplo. Sobrellevó en su última enfermedad grandes sufrimientos sin quejarse; la Providencia le permitió tener esa oportunidad para fortalecer su fe, mientras soportaba los embates de una enfermedad implacable. 

 

Lorenzo Fernández fue un hombre cabal. Todo un hombre. Un gran hombre. Un venezolano integral. Un servidor público de primera línea, de dentro y fuera del Poder. Un ejemplo prístino de lo que debe ser un político, no para ambicionar y medrar, sino para servir al pueblo orientado por un hermoso ideal.

 

 

PUBLICADO EN: “Perfiles Socialcristianos”. Centro de Estudio de la Experiencia Socialcristiana. Caracas, Venezuela, 1986.




Historia DC Venezuela

 




Las aspiraciones presidenciales de Edecio La Riva Araujo

 

 

Todo partido político debe tener vocación de poder, pues sería un contrasentido que no la tuviera. Simplemente, dejaría de ser partido. Y, desde sus inicios, COPEI expresó esa vocación desde una perspectiva doctrinaria y programática innovadora que bien sintetizó su lema: Por la justicia social en una Venezuela mejor.

 

Pocos partidos en Venezuela contaron con una larga trayectoria que le permitiese fomentar y formar sendos elencos para la acción gubernamental,  parlamentaria y edilicia, como COPEI. Para las altas, medianas y modestas responsabilidades. Y para las responsabilidades oficiales y también opositoras. Con el tiempo, desarrolló plenamente la capacidad de formar exclusivamente un gobierno, copar todo el gabinete, aunque no lo hizo, pues, consciente de sus responsabilidades, aún sin comprometerse con una coalición de partidos, tuvo el tino de integrar a individualidades y sectores independientes en los gobiernos, parlamentos y municipios. Por ello, no es de extrañar que el partido ostentara nombres que aspiraran legítimamente a encabezar el poder en Venezuela como Edecio La Riva Araujo, de quien hemos hecho ya una crónica biográfica.

 

En efecto, tempranamente manifestó su disposición para la primera magistratura. En una ocasión, el periodista Miguel Ángel Liendo lo estuvo provocando con el tema de la candidatura presidencial. Eran tiempos en los que se gestaba la opción de Rafael Caldera con el apoyo creciente de diversos sectores de la vida nacional; el merideño destacaría, desde su natal Timotes, que el yaracuyano “es la figura más relevante y prestigiosa que tenemos en nuestro partido y por consiguiente lo natural es que esa candidatura sea la que debamos considerar” (El Nacional, Caracas, 01/11/1965). Luego de otras preguntas, insistió el periodista señalando que un grupo de militantes copeyanos promovía su candidatura presidencial. La Riva contundentemente respondió: “Sobre esto podemos hablar, pero después de la Presidencia de Rafael Caldera”. Y el reportero intituló la nota así: “Después de la presidencia de Rafael Caldera sí podemos hablar de mi candidatura”.

 

En la gráfica, Edecio La Riva Araujo comparte con Rodolfo José Cárdenas y Luis Herrera Campíns. Por cierto, todos ellos con una densa y valiente actuación parlamentaria en los más difíciles años de gestación de la vida democrática.




Biografía Rafael Ángel Cartaya

 



Rafael Ángel Cartaya, hombre paciente, conciliador y de pocas palabras


José Luis Cartaya

 


  Nació el 03 de diciembre de 1923, graduándose de abogado y doctor en Ciencias Políticas de la Universidad Central de Venezuela (UCV). Oriundo de la ciudad de Porlamar del estado Nueva Esparta, estudió su primaria y bachillerato en Cumaná, graduándose de Bachiller en Humanidades y Filosofía; fue hijo adoptivo del estado Lara, donde formó su familia y ejerció su carrera profesional como abogado y como docente. Con gran vocación se dedicó a la política.

Delgado, con el pelo gris desde muy joven, sempiterna corbata negra y trajes grises, nunca combinaciones. Fumador empedernido, le gustaba cocinar, era asimismo gran lector, y conocedor de la gastronomía del mar que, con tan sólo oler, sabía diferenciar si una empanada era verdaderamente rellena de cazón o si era de cualquier otro pescado. Sencillez en el trato, modestia en los hábitos de vida, destilaba una gran humildad en su proceder, lo que fue su mejor defensa contra la soberbia y la vanidad. 

Convencido y formador de la familia como núcleo fundamental de la sociedad, se casó el 24 de enero de 1948 con Violeta Piñango Del Nogal, en la Iglesia caraqueña de Altagracia; se habían conocido en la pensión estudiantil donde se residenciaba en Caracas. Violeta era hija de los dueños de la pensión: Santos Piñango Gruber y Rosario Del Nogal Blanco, y en ella solían hospedarse estudiantes universitarios, algunos de ellos fueron fundadores de la UNE (y posteriormente de COPEI), entre otros, Edecio La Riva Araujo, Luis Herrera Campíns, José Luis Zapata Escalona.

Con Violeta tuvo, crio y formó a sus 13 hijos, 26 nietos y 21 bisnietos, siendo ejemplo para familiares y amigos, ya que un rasgo distintivo de esa numerosa familia era llegar al Congreso o a cualquier lugar en su camioneta Toyota de doce puestos, en la cual viajaba con todos sus hijos. Conocedor de Venezuela, la recorrió por vía terrestre pues no le gustaba viajar por avión (nunca lo hizo). Sus viajes a Europa fueron por mar y al estar allá usaba el tren.

Llegó a Barquisimeto en 1947, recién graduado y recién comprometido para casarse, con la misión de fundar el partido Socialcristiano COPEI en el estado Lara. El Comité Nacional de COPEI de la época, decide enviarlo debido a que la mayoría de sus dirigentes tenían menos de 21 años y no podían representar legalmente al partido. Rafael Ángel Cartaya tenía 24 años para el momento,  y gracias a su temperamento “lograría consolidar el partido con paciencia y dedicación”.

Con sus amigos y vecinos, Antonio Giménez, Eligio Anzola, Carlos Bujanda, la familia Riera Zubillaga, familia Ortiz, entre otros, se establece en la avenida los Abogados de la Urbanización Los Abogados de Barquisimeto. Casa espaciosa, que recuerdan muchos, pues sirvió para recibir ovejos, chivos, puercoespínes, gansos o patos, que eran los “pagos” por su representación como abogado penal a personas de escasos recursos; estos eran la mayoría de sus clientes.

Fue Abogado penal, Juez Primero de Primera Instancia en lo Penal, Presidente del Colegio de Abogados de Lara en 1959.

La actividad profesional y política la compartió con la docencia, como Profesor de Historia de Venezuela y Moral y Cívica en el Colegio de la Inmaculada Concepción de Barquisimeto, luego en el Colegio Santa Rosa de Lima y el Colegio San José de Tarbes, en Caracas.

Dedicó su vida a forjar la democracia desde temprana edad, basado en los principios del humanismo cristiano, iniciándose en la Unión Nacional Estudiantil (UNE), de la cual en 1945 fue su secretario de formación y finanzas, y luego en COPEI, del cual fue uno de sus fundadores. 

La UNE existió entre mayo de 1936 y finales de 1945, cuando se disuelve, y en enero de 1946 pasan sus dirigentes a formar el Comité de Organización Política Electoral Independiente (COPEI), Partido Socialcristiano COPEI a partir de 1948. El movimiento uneista participó con sus aportes en la discusión de las políticas públicas de entonces, fundando el Semanario UNE para difundir su ideario, el cual fue escrito por jóvenes entre 18 y 22 años en promedio, con 313 ediciones desde el 5 de septiembre de 1936 hasta el 17 de octubre de 1945. 

“Sus líderes más destacados fueron: Rafael Caldera, Lorenzo Fernández, Pedro José Lara Peña, Francisco Alfonzo Ravard, Carlos Rodríguez Uzcanga, Víctor Giménez Landínez, Pedro Pérez Perazzo, José Antonio Pérez Díaz, Andrés Sucre, José Antonio Rodríguez Herrera, Rafael Ángel Cartaya, Godofredo González, Edecio La Riva Araujo, Luis Herrera Campíns, los hermanos Vargas Salerno, tratando de seguir una línea cronológica entre sus directivos y los colaboradores más activos con textos en el Semanario” (Freddy Millán Borges – Pensar Educativo, “La Unión Nacional Estudiantil (1936-1945), un proyecto de juventud”, mayo 11, 2023, https://www.elnacional.com/2023/05/la-union-nacional-estudiantil-1936-1945-un-proyecto-de-juventud/).

Parlamentario de oficio, Diputado de la Asamblea Legislativa regional en el estado Lara, en el Congreso de la República: primer Senador (1963-1968) por Lara, Diputado (1968-1973) por Táchira, Senador (1973-1978) por Barinas, Diputado (1978-1983) por Nueva Esparta.  Asimismo, representó en varias oportunidades al Congreso de la República en las Asambleas de la Unión Interparlamentaria, siendo jefe de Delegación en una ocasión.

Ejerció la Primera Vicepresidencia en la cámara de Diputados de 1971 a 1973, con Antonio Léidenz en la Presidencia. Y Primer vicepresidente en la cámara del Senado en el quinquenio 1974-1978, al lado de Gonzalo Barrios. Fue presidente de la Comisión de Política Interior de Diputados, responsabilidad sensible en la legislación y la política. Como legislador, fue jurídica y doctrinariamente sólido, políticamente proclive al entendimiento que es la vía práctica al logro.

Cuando el Senado debate sobre el aborto en noviembre de 1966, Cartaya no se conforma con los tópicos penales de la cuestión que su convicción naturalmente rechaza, propone adentrarse en sus aspectos humanos:

Porque para destruir los efectos hay que anular las causas. Entonces se debe tomar otra serie de medidas para atacar el mal en sus raíces profundas; se debe realizar una acción social efectiva; se debe dar una mayor protección a la mujer y al niño; se debe formar una conciencia de paternidad responsable y esto es con nosotros los parlamentarios, se deben sancionar leyes que reformen estructuras sociales y económicas ya caducas.

Y en las palabras de Luis Herrera Campins: 


—"Ciudadano director, ciudadanos Senadores. En nombre de la fracción parlamentaria del Partido Socialcristiano Copei en el Senado, vengo a presentar a consideración de los honorables colegas el nombre del senador doctor Rafael Ángel Cartaya para la Primera Vicepresidencia de esta Cámara. Se trata de una figura de la política nacional bien conocida en el Parlamento, en el cual ha desempeñado alternativamente funciones de senador por el estado Lara, de diputado por el estado Táchira y ahora nuevamente de senador, esta vez por el estado Barinas. Viene de una magnífica experiencia en la Directiva anterior de la Cámara de Diputados, donde desempeñó con lujo de capacidad y de responsabilidad la Primera Vicepresidencia, y allí ratificó la fama de hombre capaz, ponderado, modesto, de un gran equilibrio personal, de una extraordinaria firmeza política y de una indiscutible vocación de trabajo y de servicio público. Por eso, nosotros traemos acá el nombre del compañero y amigo Rafael Ángel Cartaya para esta nueva responsabilidad en la etapa inicial de este período constitucional, donde el Gobierno de la República tendrá una orientación distinta y donde una nueva correlación de fuerzas imperará en el seno de las Cámaras Legislativas". (Luis Herrera Campíns, vida Parlamentaria.https://eticacivica-ab.com/luis-herrera-campins-vida-parlamentaria-tomo-1/)


En COPEI desde de la primera Convención Nacional en septiembre de 1946, fue directivo, siendo todavía estudiante universitario. Electo miembro del Tribunal Disciplinario Nacional en 1971 y reelegido hasta 1990 (fecha aproximada).

Rodeado de su familia, el 17 de enero de 2013, a los 89 años fallece en la ciudad de Caracas.

En su honor, el 23 de marzo 2013, el partido Social Cristiano Copei juramentó al comando juvenil de la campaña presidencial con el nombre “Rafael Ángel Cartaya”, donde el secretario ejecutivo de la Mesa de la Unidad Democrática, Ramón Guillermo Aveledo dijo: “hombre ejemplar y admirable en todo el sentido y más en nuestro gremio, lo que es poco frecuente”. 


Esta reseña biográfica está redactada gracias a los recuerdos familiares y de amistad. Gracias a escritos que se encuentran en la Fundación Rafael Caldera, Centenario de Luis Herrera Campins, palabras del Dr Ramón Guillermo Aveledo en el Colegio de Abogados del estado Lara 2022, así como algunos artículos de prensa.