Una juventud para el cambio
Luis Barragán
A Julio César Moreno León, in memoriam
Apenas, comenzábamos a
cursar la primaria en la Venezuela que hizo muchísimo con el petróleo
promediado en US $ 1,80 el barril, cuando concluyó, el 31 de octubre de 1965,
en Caracas, la IV Convención Nacional de la Juventud Revolucionaria Copeyana
(JRC). Lejos de todo afán proselitista, corriendo ya otras aguas por debajo de
puentes muy distintos, nos inspira únicamente un interés histórico: el evento
partidista tuvo una extraordinaria e inusitada trascendencia que convirtió al
organismo funcional no sólo en la columna vertebral del partido desde la
particularísima y arriesgada década de los sesenta, sino que definitivamente
legitimó, reivindicó y jerarquizó a las juventudes política y socialmente más
allá de las aulas.
Por entonces, la Guerra Fría
igualmente llegaba a las inmediaciones del satélite lunar, extenuaba el proceso
de descolonización africana que antes había mostrado mejores ímpetus, tropas
estadounidenses invadían a República Dominicana, o, entre nosotros, se veía por
vez primera en la televisión local a Los Beatles. Edecio La Riva Araujo y Rodolfo José Cárdenas
protagonizaban una pública y dura polémica incluso perteneciendo a la misma entidad
partidista, mientras que el también parlamentario – aunque independiente –
Alfredo Tarre Murzi, denunciaba la existencia de una seria conspiración de
derecha. Importado desde la temeraria dictadura cubana que había colocado al
planeta en las fauces de una conflagración nuclear, el guerrillerismo había
sido derrotado política y militarmente, y recién implementaban la línea táctica
de “Paz Democrática” que aprobó el VII pleno del comité central del Partido Comunista
de Venezuela tras su X congreso.
UNA JUVENTUD ESENCIAL
La JRC empinaba su
presencia cada vez más en la escena pública, gracias a las distintas
condiciones en el orden teórico, social, partidista, mediático y místico que
conjugó en medio del combate cívico. Los socialcristianos muchas veces superaban
con creces a una disciplinada Juventud Comunista (JC) arrastrada por la
insurrección armada; Acción Democrática (AD) había quedado mutilada al
conformar sus cuadros más brillantes el Movimiento de Izquierda Revolucionaria
(MIR), de un historial crecientemente decadente, asimismo diluida
lastimosamente Vanguardia Juvenil Urredista.
El compromiso jotarrecista
de entonces, tradujo el formidable impacto generado por autores de inspiración
cristiana (Maritain, Sturzo, La Pira, Mounier, Lepp, Lacroix, Lebret, entre
otros), al igual que los planteamientos esgrimidos principalmente hacia el sur
del continente por partidos afines, en torno a una vía no capitalista al desarrollo;
valga acotar, el Concilio Vaticano II concluirá mes y días después. La IV
Convención de la JRC bien recoge el debate ideológico en curso, a través del
documento denominado “JRC: una juventud para el cambio”, finalmente
aprobado, presentado por los “avanzados” sin que tengamos evidencia del
contenido y destino de otro documento, de los “astronautas”, de largo título: “Materiales
para una discusión que concluya en el trazamiento de una política correcta para
la JRC”. Será en la V Convención de 1968 que los “araguatos” presenten
un documento de características semejantes al de sus adversarios.
Los jóvenes socialcristianos
contaron con una sólida presencia y representación social que les garantizaba
una mayor independencia e influencia política, pues, en numerosos liceos y
universidades ganaban los comicios estudiantiles, por ejemplo, forzando la
unión de la JC y el MIR para impedir el triunfo de la JRC en la Universidad Central
de Venezuela; además, trataban de abrir camino propio entre los trabajadores.
Esa presencia e influencia ejerció un peso importante respaldando al puntofijismo
que sobrevivió exitosamente a la violencia desatada de izquierda y derecha asombrosamente
compaginadas.
La JRC actuó en un partido
organizado, disciplinado y de vocación histórica que expuso un alto nivel de
institucionalidad y democracia interna, celebrando regularmente sus elecciones,
conformando y regulando las instancias de conducción capaces de deliberar y de
decidir colegiadamente en el campo de sus competencias, con todos los errores,
fallas e incomprensiones que pueden alegarse.
La juventud aportó, al liderazgo del partido, nombres como el de Hilarión
Cardozo, así como una intensa experiencia compartida llena de debates
ideológicos, que, demostrando madurez y perfiles novedosos, interiormente
generó sendos grupos como los “araguatos”, junto a los ya mencionados “avanzados”
y “astronautas”. En próximas notas trataremos las características
esenciales de las tres grandes tendencias de la juventud socialcristiana.
Estupenda fuente de
noticias, atrajo la atención de los periodistas especializados y, en no pocos
casos, el conocimiento y trato personal de la dirigencia jotarrecista.
Tratamos de factores y
condiciones que propulsaron a la JRC, la hicieron un elemento vital del partido
y un referente ineludible en el movimiento estudiantil en defensa de la
libertad y de la democracia. Y no era de extrañar el surgimiento de un poderoso
sentido místico que supo manifestar Régulo Arias Moreno al darle letra a
un espléndido himno de mil jornadas: “Juventud victoriosa”.
DEMOCRACIA Y VITALIDAD
INTERNA
Inevitable el crecimiento
cuantitativo y cualitativo de la JRC, se hizo un organismo igualmente complejo
como el partido, aparecidas las mencionadas tendencias en una pugna que
agudizaba los contrastes y las tonalidades reales y aparentes, interesadas o
no, respecto a lo ideológico y en relación a las autoridades partidistas adultas.
El día de ya citada IV Convención, Caldera se apersonó y, naturalmente, habló a
los convencionistas en defensa del ideario demócrata-cristiano, haciendo precisiones,
formulando consejos, con mucho aplomo y paciencia y cuidadosa severidad.
“JRC: una juventud para el
cambio”, mecanografiado a varias manos, analizó la situación política del país
señalando la crisis de la democracia liberal burguesa, clamó
por un cambio social inmediato, reivindicó la revolución personalista y
comunitaria, denunciando la democracia formal, con propuestas – por entonces –
muy osadas, como la de nacionalizar la industria petrolera y otras del sector
energético, la reforma del Congreso Nacional y la eliminación de las Asambleas
Legislativas, una audaz reforma agraria o la modificación de nuestra división
político-territorial. Y, obviamente, propuestas de acción administrativa, las
relaciones internacionales, la política laboral, y el relacionamiento con el
partido. El documento fue propuesto por
los “avanzados”: Abdón Vivas Terán; Rubén Darío González, Julio César
Pineda y Adel Muhammad, miembros del directorio nacional previo; José Ramón
Solano, secretario nacional de Formación; Carlos Julio González, secretario
nacional de Organización; Julio César Moreno, secretario nacional de
Educación Media, y Rafael Domínguez Daly, secretario nacional adjunto de
Educación Media.
Pactaron los “avanzados”
y “astronautas”, frente a los “araguatos”, y de la votación
nominal y secreta de 169 de los 172 delegados principales, la dirección
nacional juvenil quedó integrada por: Abdón Vivas Terán (secretario general) y Rubén
Darío González (subsecretario general), con 82 votos favorables, y un
directorio “araguato” representado por Rafael Peña, Alfredo Rojas, Erick
Becker, José González Puerta, Germán López Méndez, Carlos Rivas, Rafael
Blanchard, Pedro Nikken, y empatados en la novena vocalía Joaquín Marta Sosa y
Guillermo Betancourt. La “avanzada” propuso originalmente, además, a Adel Muhammad,
José Ramón Solano, Milton Granados, Carlos Julio González, Julio César Pineda,
Julio César Moreno, Gema Belandia, Rafael Domínguez Daly y Oliver Belisario; los
“araguatos” postularon a Álvaro Páez Pumar (secretario general) y a Oswaldo Álvarez
Paz (subsecretario general), quienes obtuvieron 80 votos, y los “astronautas”
nominaron originalmente a Joaquín Marta Sosa (secretario general) y Saúl Rivas
(subsecretario general), con Rafael Iribarren, Germán Ahrensburg, José Vitale,
Gustavo Escobar, Pedro L. Castellanos, Antonio Barroeta, Ibrahím Sánchez,
Alejandro Alfonzo y Rubén Colina.
De acuerdo a los datos
reportados por Néstor Mora para El Nacional del 2 de noviembre de 1965, las
fuerzas estuvieron equilibradas; además, el informe del secretario juvenil
saliente, Páez-Pumar, no fue aprobado. El resultado fue paradójico, al hacerse relativa
la victoria de Vivas Terán y González (acotemos, líder laboral), frente a un
directorio que le era adverso.
ALGO MÁS QUE LA
REMINISCENCIA
Una aproximación histórica
y sociológica, nos permite inferir la novedad de un acto institucional que
influyó por varias décadas al partido que fue COPEI, y permite también deducir
las diferencias entre la presente época en relación a otras más remotas en
torno a las juventudes políticamente organizadas y los partidos realmente
existentes, la correspondiente política pública, las subculturas juveniles del
momento.
Ir más allá de la
reminiscencia, nos fuerza previamente a vivenciarla y a cruzar sus umbrales. Y,
por ello, apelamos a los versos de don Fernando Paz Castillo, como una llave
para abrir la puerta del recorrido faltante:
“Un día ya no seremos todos …
Acaso bajo los árboles apacibles de una plaza
de pueblo bañada por el sol,
que se ha quedado dormido entre las ramas,
mientras los jóvenes de entonces se diviertan,
confidencialmente, casi sin decir palabras,
recordaremos nuestras vidas,
como quien recuerda por una nota, una estrofa olvidada”.


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