En noviembre-diciembre de 1947. Acto de campaña electoral. Habla Lorenzo Fernández (tomado de la página web rafaelcaldera.com)
LORENZO FERNÁNDEZ:
EL ARTÍFICE DE LA PACIFICACIÓN
Rafael Caldera
Bien difícil es para
mí delinear en sólo tres cuartillas la personalidad y la obra de Lorenzo
Fernández. Lorenzo y yo fuimos hermanos. Una hermandad iniciada en la Unión
Nacional Estudiantil y fiel hasta la muerte. Si alguien hizo carne de realidad
la afirmación que pronuncié en la Velada del primer aniversario de la UNE ("UNE
es un compromiso para toda la vida") fue, precisamente, él. Anduvimos
juntos por el camino de la acción, juntos enfrentamos los peligros, festejamos
juntos la victoria, asumimos juntos la responsabilidad de dar cumplimiento a
nuestras promesas y propósitos y saboreamos juntos también el duro pan de la
derrota.
Nació el 8 de enero de
1918. Era casi dos años menor que yo. Al fundarse la Unión Nacional
Estudiantil, desgajada a su pesar de la Federación de Estudiantes, yo acababa
de cumplir 20 años y él tenía apenas 18. Egresado yo del San Ignacio, alumno él
de La Salle, no hubo la más ligera sombra o diferencia entre nosotros. Ni él ni
los demás discípulos de los Hermanos Cristianos tuvieron un asomo siquiera de
rivalidad o discrepancia con quienes habíamos sido discípulos de los Jesuitas,
que en ese entonces estaban en el tapete de la controversia política, quizás
por reflejo de la tensión político-religiosa que irradiaba de la República
Española.
Nos unió inicialmente
el deber de defender los fueros de la educación privada. Fortaleció nuestra
unión el deseo ferviente de servir a la patria. La fábula de una supuesta
contraposición entre lasallistas e ignacianos la inventaron después los
novelistas de algunos medios de comunicación social: en el triunvirato que
dirigía la UNE y que denominábamos Núcleo Directivo, participamos estudiantes
de los colegios de jesuitas, de hermanos cristianos y de padres salesianos, sin
que faltaran de otros colegios, religiosos o laicos, entre ellos el instituto
público de mayor jerarquía en el país, a saber, el Liceo Andrés Bello.
Lorenzo sobresalió por
su inteligencia, por su entereza, por su adhesión al ideal. Tenía un fino
sentido político, pero nunca lo hizo sacrificar los principios. En la
Universidad fue estudiante sobresaliente, ayudante de Cátedra y delegado
estudiantil. En UNE fue miembro del triunvirato, vale decir, del Núcleo
Directivo Nacional. Fue asiduo colaborador del semanario. Participó en los
diversos intentos de organización política que precedieron a COPEI (Acción
Electoral, Movimiento de Acción Nacionalista, Acción Nacional). Militando en
"Acción Electoral" fue electo popularmente concejal por la Parroquia
La Vega. Su recta actitud en la Municipalidad de Caracas hizo imposible nuestro
entendimiento con la fracción gubernamental en el momento de elegir Diputados:
se nos puso en la disyuntiva de sustituirlo por otro candidato, más agradable a
los despachos oficiales, o correr el riesgo de perder la elección si nos
manteníamos irreductibles. Entendimos la cuestión no solamente como de decoro,
sino de supervivencia: no podíamos colocarnos en posición de apéndice sumiso de
la voluntad oficial. En las elecciones para Diputados de enero de 1945, en el
seno del Concejo, pactamos con A.D. Perdimos: los dos principales candidatos
derrotados fueron Rómulo Betancourt y Lorenzo Fernández.
En las elecciones
directas de 1946, por voto universal, salió Representante por el Distrito
Federal a la Asamblea Nacional Constituyente y en 1947 repitió como Diputado al
Congreso. Compartimos día tras día la agobiadora lucha parlamentaria, como
también la de la calle para fundar y fortalecer el Partido. Fundó varias
seccionales regionales. Él fue, por cierto, el encargado de dar los pasos
necesarios con las bases de Unión Federal Republicana en Mérida para que aquel
grupo regional se convirtiera definitivamente en COPEI. Y lo hizo en forma
decisiva.
El 23 de enero de 1958
estaba preso. Se había comprometido con el movimiento que dentro del campo
militar representó Hugo Trejo; mi prisión le había dado el aliento final para
decidirse a participar en la acción insurreccional. Después de la liberación,
jugó un papel importante en el acontecer agitado de ese tiempo. Miembro del
Consejo Supremo Electoral, desempeñó allí una notable labor. Fue uno de los
redactores del "Pacto de Puntofijo".
Al constituirse el
Gobierno de Coalición, el presidente Betancourt me dijo: "Deseo que
vaya Lorenzo al Gabinete. Sé que no será incondicional, pero su opinión y su
labor tendrán gran utilidad para el Gobierno". Como ministro de Fomento (1959-1962)
fue el promotor decidido de la Industrialización. Como ministro de Relaciones
Interiores (1969-1972) en el Gobierno que yo presidí, fue el artífice de la
Pacificación. Industrialización y Pacificación bastarían para consagrar su
nombre como un ejecutivo excepcional.
En el Gobierno como en
la Oposición dio ejemplo de honestidad, de sinceridad, de eficiencia. Tuvo una
destacada actuación en el Senado. En la actividad privada, al frente de una
empresa familiar que partiendo de la nada habían creado su cuñado y su hermana,
se reveló como excelente administrador y supo dar un extraordinario
rendimiento. Como padre de familia era ejemplar. Su austeridad no lo llevaba,
sin embargo, a una severidad regañona ni a una seriedad adusta: sabía usar del
buen humor constantemente. Tenía una sensibilidad especial para tratar a los
demás.
Creyente convencido,
su religiosidad constituyó rasgo definitorio de su vida. Defensor de su credo y
de la Iglesia, tuvo entre sus mayores satisfacciones la de haber participado
activamente en la solución del secular diferendo entre la autoridad civil y la
eclesiástica. Su muerte fue como aquellas que relata el Antiguo Testamento, de
patriarcas que se preparaban para el viaje final rodeados de sus descendientes,
a quienes daban el precioso regalo de su consejo y de su ejemplo. Sobrellevó en
su última enfermedad grandes sufrimientos sin quejarse; la Providencia le
permitió tener esa oportunidad para fortalecer su fe, mientras soportaba los
embates de una enfermedad implacable.
Lorenzo Fernández fue
un hombre cabal. Todo un hombre. Un gran hombre. Un venezolano integral. Un
servidor público de primera línea, de dentro y fuera del Poder. Un ejemplo
prístino de lo que debe ser un político, no para ambicionar y medrar, sino para
servir al pueblo orientado por un hermoso ideal.
PUBLICADO
EN: “Perfiles Socialcristianos”. Centro
de Estudio de la Experiencia Socialcristiana. Caracas, Venezuela, 1986.
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